Uno de los problemas más graves que tiene la economía mexicana es el enorme tamaño de su economía informal.
Hay una variedad muy diversa de actividades que componen a este sector. Por ejemplo, están las unidades económicas propiedad de los hogares que producen bienes y servicios sin contar con registros básicos legales para poder operar. Es decir, aquí se suman millones de ‘changarros’ de todos los sectores.
También está el trabajo doméstico remunerado, que en su mayoría carece de contratos o prestaciones. También hay que considerar las actividades agropecuarias de subsistencia que realizan miles y miles de personas en el campo. Y también hay que sumar en este mundo a quienes realizan actividades en empresas formales, pero en condiciones de informalidad.
Todo este conjunto de actividades aportó el 25.4 por ciento del PIB el año pasado, lo que resulta la proporción más elevada desde que se tienen registros.
El punto más bajo de la informalidad en tiempos recientes se presentó en 2020, cuando llegó a 22.2 por ciento del PIB, y desde entonces, año tras año ha incrementado su participación.
La carga que representa para el país la informalidad la apreciamos cuando vemos su nivel de productividad.
Mientras que el empleo informal representaba en 2024 el 54 por ciento de la población ocupada, generaba solo el 25.4 por ciento de los ingresos.
En contraste, el empleo formal representaba el 46 por ciento y producía el 74.6 por ciento del ingreso nacional.
Esto quiere decir que cada persona ocupada en el sector formal produce en promedio 3.5 veces más que quienes están en la informalidad.
En 2024, además, la economía informal fue la más dinámica. El PIB en su conjunto creció en 1.4 por ciento, pero la economía informal lo hizo en 4.3 por ciento mientras que la actividad formal apenas creció en 0.5 por ciento.
Es claro que si la informalidad ha crecido en México es porque existen incentivos poderosos para que personas y unidades económicas se desplacen hacia ella.
Uno de los más relevantes es el insuficiente dinamismo del empleo formal. Cuando la economía crece poco, como ha ocurrido en los últimos años, el sector formal no es capaz de absorber a quienes se incorporan al mercado laboral, y la informalidad se convierte en un refugio casi natural.
A ello se suma el costo de la formalidad. Para miles de micro y pequeños negocios, cumplir con regulaciones fiscales, laborales y administrativas implica cargas que resultan desproporcionadas frente a su nivel de ingresos.
Diversos estudios del Banco Mundial y de la OCDE han documentado que, en contextos de baja productividad, los costos fijos de operar en la formalidad actúan como una barrera de entrada, no como un incentivo al crecimiento.
También influye la debilidad del Estado de derecho. Cuando la probabilidad de ser sancionado por operar en la informalidad es baja, el cálculo económico es claro: conviene la informalidad. La informalidad se vuelve una estrategia racional de supervivencia, no necesariamente una elección ideológica. En ese entorno, cumplir la ley deja de ser una ventaja competitiva.
Pero el problema no es solo el tamaño reducido de las unidades económicas que están en la informalidad, sino su baja productividad. La informalidad suele estar asociada a negocios pequeños, con escaso acceso al crédito, sin incorporación de tecnología y con muy poca capacitación. Al no tener seguridad jurídica ni acceso a financiamiento formal, estas unidades económicas se quedan atrapadas en un círculo de baja inversión y bajo crecimiento.
Además, el capital humano se desaprovecha. Trabajadores informales tienen menos incentivos para capacitarse y las empresas informales menos razones para invertir en su personal.
Reducir la informalidad no pasa por la persecución, sino por cambiar los incentivos.
La experiencia internacional muestra que la clave está en tres frentes. Primero, simplificar de manera radical la incorporación a la formalidad, con esquemas fiscales graduales y proporcionales al tamaño del negocio.
Segundo, fortalecer el acceso al financiamiento y a la capacitación para microempresas, de modo que la formalidad venga acompañada de beneficios tangibles.
Y tercero, elevar el crecimiento económico y la inversión, porque solo una economía dinámica puede generar suficientes empleos formales.
La informalidad no es el problema de un sector aislado. Es el reflejo de una economía que crece poco, regula mal y protege de forma insuficiente a quienes sí cumplen.
Mientras no se atiendan esas causas de fondo, la informalidad seguirá creciendo, aun cuando todos sepamos que es una pesada losa para la productividad y el desarrollo del país.


