“Dicen que acá se originó El Principito”, cuenta orgulloso Rafael Hernández, en el mostrador del ya mítico hotel Touring, en el centro de Trelew. Inaugurado en 1926 y a un año de cumplir la centuria, fue en su momento el más lujoso de la Patagonia y entre sus ilustres visitantes se contó al aviador y escritor francés Antoine Saint Exupéry. “En estas mesas quizás nació uno de los libros más leídos del mundo”, agrega Hernández.
En 1930 en su vuelo inaugural, se ofrece al bohemio aviador una cena de gala donde asiste la aristocracia de aquellos años. Desde entonces, paró aquí y la leyenda creció. Antes de aterrizar en el aeropuerto, la ruta aérea sobrevuela la Península Valdés. “Allí ve una formación rocosa que luego será su famoso dibujo de la boa que en su interior tiene a un elefante”, afirma Hernández.
“Cuentan que mientras estaba hospedado aquí, un niño se le acercaba y hablaban”, afirma Hernández. Las referencias con El Principito (publicado en 1946, años después de estar en el hotel) son constantes.
“Tuvimos tres pasajeros famosos”, agrega y señala uno de los incontables cuadros que cuelgan de las paredes. “Buscado. Recompensa 10.000 Dólares”, en su paso por Chubut, la “Wild Bunch”, de Butch Cassidy, Sundance Kid y la bella Etta Place fueron asiduos clientes del hotel. “Tenemos la pieza donde se hospedaba Butch”, cuenta Hernández. En el coqueto patio donde una señorial palmera desafía la flora patagónica se halla la icónica habitación, hoy convertida en museo.
Un recorte del New York Times recuerda el paso de los bandoleros más buscados de Estados Unidos en tierras patagónicas. “Se comportaban como estancieros, eran muy queridos”, dice Hernández. En el atildado salón de fiestas la propia Etta Place solía bailar con el entonces gobernador de la provincia, cuando aún era Territorio Nacional. “Se hicieron muy amigos del gerente del Banco Nación, pero tuvieron códigos y no robaron en Trelew”, afirma Hernández.
Su morada estuvo en Cholila, donde vivieron desde 1902 a 1906, fueron respetados ganaderos y entraron al país con identidades falsas y una fortuna de 100.000 dólares, producto de su último gran asalto en Estados Unidos. Aquí, se le adjudican por lo menos- dos robos, uno al banco de Río Gallegos (Santa Cruz) y Villa Mercedes (San Luis) La exposición social les trajo como consecuencia pensar en un plan de escape.
“Algunos dicen que fueron a Bolivia”, cuenta Hernández. Pero hace unos años atrás un equipo forense norteamericano exhumó los restos de tumba señalada como de Cassidy, el ADN dio negativo. “Nadie sabe qué fue de ellos, por eso son una leyenda”, confirma Hernández. En la actualidad en Cholila el Bar La Legal, recrea la vida de los bandoleros que se paseaban por las calles de Trelew como personalidades.
Si algo le faltaba al Touring para agigantar su historia es la presencia de nazis. “Desfilaron al frente del hotel”, se apura en contar Hernández. Antes pide atención, en la silenciosa siesta de Trelew, mientras en la esquina hay un karaoke comunitario y entre grupo saliente y entrante se oyen canciones de Elvis Presley, la correcta camarera baja la mesa un tesoro por el cual muchos recorren cientos de kilómetros.
“Es el mejor sándwich de jamón crudo y queso de la Patagonia”, señala Hernández. La pieza gastronómica desborda el plato, es el epitome del goce viajero. Ambos cortes de fiambre tienen muchas fetas, el relleno tiene un caudal emocional, el pan, de tamaño circular tiene una textura suave, similar al pebete. “Quedamos en los nazis”, recuerda Hernández.
En 1939 fondeó en Puerto Madryn un acorazado del Tercer Reich y sus oficiales se hospedaron en el Touring. Al día siguiente la tripulación hizo un desfile con esvásticas frente al hotel, en la calle principal de Trelew. Entonces el hotel era el centro social por excelencia de toda la Patagonia.
“El hotel está desde que Trelew es Trelew”, dice Hernández. En la actualidad el centro lo ha rodeado, comercios y kioskos, la propia peatonal lo abruman de modernidad. A solo 100 metros está la vieja estación ferroviaria. Sin incomodarse, la vieja construcción desafía al tiempo, y se comporta como una burbuja. Su interior es clásico y tradicional. Sobre todo, amplio. “El hotel tiene vida propia”, confiesa Hernández.
Docenas de cuadros, sillas y mesas con justa distancia unas de otras, un mostrador de tamaño ecuatorial y el universo solemne de cientos de botellas que se presentan como entidades elementales de tiempos perdidos, pero aquí adentro aún vigentes. El decreto Decreto 3824 de 1945 estableció exenciones aduaneras al sur del paralelo 42, por lo tanto en el hotel se bebía whiskys y toda clase de licores y vinos importados de Europa. Eran traídos en cajas por vía marítima.
“Cognac francés, brandy inglés y jerez español”, señala Hernández algunas botellas. La Patagonia tenía más vinculación comercial con Europa que con el resto del país. En esa galanura de desarrolló la vida del hotel. “Era común ver grandes autos americanos, como los Mercury” Una cafetera brilla aún con su lustre original, copas de cristal, vajilla de porcelana, y un frasco con bay biscuits. La natural escenografía apila décadas y ese devenir natural, forja una belleza indestructible y melancólica.
La confitería deja paso a un hall donde una escalera de granito pulido a mano exhibe una realidad de lujo magnificente. Por un lado, el salón de fiestas con un espacio en altura para las orquestas. En el primer piso las habitaciones, los ventanales, una mesa de mármol y un arreglo floral: sus pétalos reciben los diáfanos rayos solares que al impactar sobre ellos, irradian un estelar matiz sentimental.
“Dicen que una de las habitaciones hay un fantasma”, sostiene Hernández, hábil contador de historias. A veces no se sabe si el hotel habla a través de él o él habla por el hotel. “Nunca estás preparado para ciertos misterios, nunca sabrás del todo si su esencia pertenece al antiguo salón o a tu propio espíritu”, escribe Carlos MacGoug en el folleto donde se cuenta la historia del hotel y sus servicios.
“Baño privado, televisión por cable, fax, e mail, servicio médico, confitería, snack bar y todos los accesorios para la cordial y placentera estadía”, el texto, escrito hace muchos años no pierde elegancia. Puede pasar un siglo y seguirá actual en su forma.
“Acá aún se junta la bohemia de Trelew”, asegura Hernández. Lejos de atarse a las anclas del pasado, a unos metros un equipo de deportistas está organizando un triatlón, y cuenta que una noches atrás un grupo de jóvenes hizo una “competencia de rap” y terminaron todos en las mesas compartiendo felicidad. “El hotel está en todas”, agrega.
“En realidad este hotel es la suma de dos”, dice Hernández. Todo comenzó en 1890 en el Hotel El Globo y El Argentino, ambos separados por una pared. En 1908 el asturiano Agustín Pujol compró ambas propiedades y las unificó creando el Touring, con los últimos adelantos de la época. Todos los materiales fueron traídos de Europa. Llegaban vía Puerto Madryn.
En 1949 la familia Hernández se hace cargo y los hijos de uno de los matrimonios propietarios hoy están al frente. “Si querés saber algo del pueblo, tenés que venir al Touring”, sostiene Rafael. Mira una mesa, la 14, notable. Allí se juntan al mediodía y la caída del sol, los viejos vecinos a ponerse al día. “Es como si fuera una red social pero más rápida que la de los celulares”, resume mejor que nadie Hernández la función capital del hotel.
La frecuenten poetas, escritores y viajeros de todo el mundo. “Muchos amores han nacido en estas mesas”, confiesa Hernández. Un amante de las letras, Jorge Espíndola, escribió: “La vida se siente cómoda aquí adentro, la ve tan bonita que agarra una servilleta de papel y no tiene más remedio que escribir, y si uno juntara estos papelitos, podría reconstruir el alma de la ciudad”


