Científicos afirman que cuando el aire se torna pesado y húmedo, los alguaciles cambian su actividadCientíficos afirman que cuando el aire se torna pesado y húmedo, los alguaciles cambian su actividad

Un verano de libélulas: más allá de su fascinante anatomía, ¿pueden presagiar la llegada de una tormenta?

2025/12/28 11:49

Una amiga en el colegio solía festejar sus cumpleaños invitándonos al cine. Esa vez tocó el estreno de Bernardo y Bianca. La película animada de Disney seguía las aventuras de dos ratoncitos que con la ayuda de los animales de un pantano iban tras las pistas para rescatar a una huérfana (Penny) de la malvada Madame Medusa, que la necesitaba para encontrar un valioso diamante. Entre los animales estaba el personaje de la libélula que con un revoloteo frenético de sus alas lograba impulsar a toda velocidad una pequeña hoja que hacía las veces de embarcación para los ratones. Evinrude, así se llamaba. Con su talento para el dibujo, mi padre había logrado capturarlo a la perfección y a pedido mío llenaba hojas blancas con el aguacil haciendo las más diversas destrezas. Le daba gracia su nombre, Evinrude, porque justamente era una conocida marca de motores fuera de borda.

El efecto en los riñones de comer kéfir todos los días

Yo, que solía temerle a los insectos, terminé encariñándome con los aguaciles: los rescataba de la pileta cuando accidentalmente caían y crecí con esa idea de que un cielo de verano repleto de aguaciles era una señal certera de que se aproximaba una tormenta. Cuando los veía volando en montón por el jardín iba a chequear ese otro servicio meteorológico casero que había en muchos hogares argentinos. En casa era “el barquito del tiempo”: un figurín de vidrio macizo que representaba una goleta de dudosísimo buen gusto y que iba mutando de colores en su estante de acuerdo a los cambios meteorológicos. Pasaba de azules a violáceos y rosas. No estaba permitido tocarlo porque perdería su magia y dejaría de indicar si se venía una lluvia o un día de sol. Creo que era más bien por esa sustancia medio viscosa que la recubría y que vaya a saber uno de qué estaba hecha y si era saludable que un niño lo ande toqueteando y llevándose después las manos a la boca. Entonces, me limitaba a observarlo diariamente para ver si se cumplía el pronóstico que vaticinaba con sus colores cambiantes, sobre todo cuando los aguaciles volaban en el jardín.

Con sus alas translúcidas y nervaduras perfectas, las libélulas parecen pensadas por el viento

Siempre pensé que los aguaciles eran esos insectos de cuerpo más robusto y las libélulas esos otros, muy similares, pero de cuerpo mucho más fino y estilizado que terminaba en una cola turquesa (casi como una piedra semipreciosa) y que me animaba a atrapar cuidadosamente entre dos dedos atraída por sus impactantes colores y su apariencia más inocente. Pues parece que aguaciles y libélulas son la misma cosa. El segundo tiene el nombre de “caballito del diablo” y se trata de otra especie, reconocible además por la forma en que deja plegadas sus alas verticalmente cuando está en reposo, mientras que los alguaciles (o libélulas) las dejan completamente extendidas. En cualquier caso, las alas de los odonatos, el orden de insectos con más de 6000 especies de libélulas y caballitos del diablo, son una obra fascinante de bioingeniería. Parecen pensadas por el aire. Membranas tan finas que son transparentes, nervaduras que son líneas caligráficas, básicamente un mapa secreto donde la biología aprendió lo que la ingeniería humana todavía envidia: fuerza sin peso y rigidez sin torpeza. Vistas de cerca son casi vitrales móviles.

¿Pero qué hay de las libélulas y ese anuncio de lluvia con el que crecí? ¿Hay alguna base científica en todo eso o tienen la misma capacidad predictiva en la cultura popular que los huesos avejentados de una tía? La respuesta no parece ser afirmativa pero tampoco un no rotundo. Me sumerjo en el mundo de una entomóloga acuática que se hace llamar La mujer libélula y escribe justamente acerca del comportamiento de los odonatos como respuesta a la meteorología. Las libélulas —estos antiguos acróbatas del aire que surcan humedales y estanques— no son solo símbolos poéticos del verano: su comportamiento ante el clima es real y está respaldado por datos científicos. En principio, saldrán a volar cuando los días son más cálidos y no lo harán si hace frío, son excelentes voladores pero no tanto como para atravesar una lluvia torrencial que impactaría negativamente su aerodinámica y visibilidad. Los caballitos del diablo, en particular, no se animarán a un vuelo con vientos fuertes y las libélulas con su cuerpo más robusto lo soportarán mejor. Antes de una lluvia, abandonarán el espejo de agua cerca del cual viven y dejarán de volar.

Su comportamiento ante el clima es real y está respaldado por datos científicos

¿Y la presión atmosférica en relación a una lluvia? ¿Es posible que la perciban? Mi nueva amiga invisible, La mujer libélula, cuenta de un científico ruso que en los años sesenta publicó un trabajo proponiendo un vínculo entre la presión barométrica y el comportamiento de las libélulas, aunque descarta su trabajo por falta de evidencia. Pero otros afirman que cuando el aire se torna pesado y húmedo, muchos insectos —libélulas incluidas— cambian su actividad, y eso coincide con condiciones que suelen preceder a lluvia. Más probablemente el vuelo de las libélulas se deba a que hay más insectos volando bajo disponibles para alimentarse, una modificación en su patrón de caza.

Ahora vivo en un lugar donde veo las copas de los árboles y pedazos grandes de cielos celestes y también tormentas cuando se aproximan con nubes infladas y grises que hacen que los días de verano se vuelvan noche oscura en minutos. Pero antes de que estalle la tormenta, mucho antes, cuando el cielo está todavía azul y solo el pronóstico lo anuncia yo decido creerles a esos aguaciles. Claramente traerán lluvia. Por lo menos hasta que encuentre el trabajo científico que me indique lo contrario.

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