No. No desvarío. Arendt no estuvo con nosotros esta Navidad, pero sí su pensamiento y el de otras tres mujeres famosas.
Cuando el anfitrión de nuestra cena de Navidad nos pidió que, escarbando en nuestro pasado y pensando en el futuro, ofreciéramos, en una sola palabra, un consejo a los jóvenes para el próximo año. Mi respuesta fue “piensen”.
Les pedí que se esforzaran por pensar libremente como un ejercicio de reflexión y juicio moral; que rechazaran la obediencia sin juicio, la ideología, la consigna partidista, la propaganda, la erosión de la verdad factual, la ausencia de pensamiento crítico. Que pensaran como seres humanos libres, plurales, creativos y responsables.
Les advertí que muchas de las ideas que les exponía hace décadas las leí en los ensayos de Hannah Arendt. Les dije que mi entusiasmo por sus ideas renació este mes leyendo el libro de Wolfram Eilenberger que compara el legado de cuatro mujeres escritoras durante el período de ascenso de Hitler: Arendt, Simone de Beauvoir, Simone Weil y Ayn Rand. Les aseguré que el mensaje de estas cuatro mujeres es hoy quizá más relevante que en los 30s y 40s.
En una ocasión, les dije: Arendt tuvo el valor de escribir que el mal no siempre es monstruoso, sino que proviene de personas normales que dejan de pensar críticamente. El mal, ayer y hoy, no es necesariamente odio fanático; le basta con la obediencia automática. El mal utiliza la desinformación viral para relativizar la verdad e intentar convencernos de falsedades describiéndolas como “hechos alternativos”.
El peligro actual no es el autoritarismo tipo Stalin o Hitler, sino el de los gobiernos electos democráticamente que, para imponer su ideología, desaparecen organismos autónomos de fiscalización fundamentales, como recién ha sucedido en México.
Para Arendt, pensar no es acumular información, sino dialogar con uno mismo, examinar, dudar, resistir la comodidad moral. Y esto, en 2026, en muchas partes del mundo es casi un acto subversivo. La amenaza mayor que enfrentamos es la obediencia rutinaria. El totalitarismo moderno busca reconfigurar la realidad y la mente humana a través de la propaganda.
Para Simone de Beauvoir, pensar es un deber ético que en su momento le llevó a escribir que el verdadero peligro es aceptar la opresión como naturaleza; que la dominación más profunda no es la que se impone por la fuerza, sino la que se interioriza como normal, natural o merecida. La mujer, escribió, no nace subordinada, se le quiere subordinar, y por ello hay que cuestionar la familia patriarcal tradicional y construir relaciones basadas en la reciprocidad, no en la subordinación.
La vida de Simone Weil fue una constante meditación sobre el mal y la necesidad de la trascendencia. Su profunda experiencia del sufrimiento, que la llevó a ayunar en solidaridad con los hambrientos, no fue un mero gesto, sino una búsqueda de la gracia y una forma de identificarse con la “desdicha” (malheur) humana. Nos advirtió del peligro que el alma sea aplastada por la fuerza y nos explicó de qué manera la modernidad cosifica, y el trabajo industrial, la guerra y la burocracia convierten al ser humano en un instrumento.
Para Ayn Rand, el mayor mal moderno no es la dominación, sino el altruismo forzado por los sistemas que exigen al individuo vivir para otros. Según ella, el colectivismo destruye la creatividad, la responsabilidad y la dignidad personal, y el sacrificio moral es la raíz del totalitarismo. El legado de Rand se podría sintetizar en la famosa frase de Gordon Gekko en la película Wall Street: “La codicia es buena, funciona, aclara, simplifica y captura la esencia del espíritu evolutivo”.
Espero, concluí en mi charla, que el pensamiento de Arendt, Beauvoir y Weil inspire su futuro y rechacen el egoísmo de Rand. La codicia no es buena, es infame y va en contra del pensamiento crítico y libre.