La socióloga Peggy Levitt ha transformado nuestra comprensión de la migración al introducir el concepto de transnacionalismo cotidiano. Según Levitt, los migrantes no cortan vínculos con su país de origen, sino que construyen vidas que cruzan fronteras, manteniendo lazos familiares, culturales, religiosos, políticos y financieros. Es decir, no son ciudadanos de un solo país, sino agentes activos en múltiples esferas a la vez.
En México, esta realidad se materializa con fuerza a través de las remesas. Lejos de ser un simple flujo monetario, las remesas representan una manifestación constante de presencia emocional, compromiso social y responsabilidad compartida. Aunque el periodo enero-octubre de 2025 mostró una caída interanual del 5.1%, con una captación de 51,344 millones de dólares —inferior a los 54,090 millones del mismo lapso de 2024—, el impacto de estos envíos sigue siendo profundo. Se estima que hasta el 60% del ingreso de las familias receptoras proviene de estas transferencias, y de ese monto, el 75% se destina al consumo inmediato, mientras que solo el 25% se canaliza hacia objetivos de mediano y largo plazo.
Este comportamiento evidencia una dependencia estructural, pero también una oportunidad de transformación. La comunidad migrante, aunque físicamente en EU, sigue influyendo activamente en las dinámicas económicas y culturales de México, especialmente en zonas rurales y semiurbanas. Esa “doble pertenencia” obliga a repensar las políticas públicas desde una perspectiva binacional, que reconozca la migración como un fenómeno permanente y no como una excepción.
La migración no solo transforma la identidad de quien se va, sino también de quien se queda. Padres ausentes físicamente, pero presentes económicamente; hijos que crecen con un pie en México y otro en el sueño americano; comunidades que sobreviven gracias a los dólares que llegan puntualmente cada mes. Todo esto configura una nueva forma de ciudadanía, más fluida, más híbrida, más desafiante.
En un año donde las remesas bajan, la resiliencia de las familias receptoras cobra protagonismo. Adaptarse, ajustar gastos, buscar alternativas… todo eso requiere creatividad y fortaleza. Pero también deja clara la urgencia de transitar del consumo inmediato al impacto estructural: impulsar herramientas financieras comunitarias, fomentar el ahorro colectivo, promover el emprendimiento familiar y desarrollar programas de inversión productiva desde lo local.
La visión de Levitt plantea que los migrantes no son solo trabajadores que envían dinero, sino puentes vivientes entre países. Por eso, el Estado mexicano debe evolucionar su estrategia: dejar de ver a las remesas como ingreso pasivo y empezar a tratarlas como capital semilla de desarrollo. Vincular a la diáspora con proyectos productivos, generar incentivos fiscales para inversión desde el extranjero, y empoderar a las comunidades receptoras para tomar decisiones autónomas son acciones urgentes.
En este proceso, el impulso a los negocios familiares es crucial. Estos pequeños y medianos emprendimientos —frecuentemente administrados por madres, hermanos o tíos de migrantes— necesitan transitar de la informalidad a la consolidación. Esto implica acceso a formación administrativa, incorporación tecnológica, asesoría legal y, sobre todo, financiamiento accesible.
Desde el sector privado, se requiere un mayor involucramiento: incubadoras, microfinancieras, cooperativas de crédito y redes de mentoría pueden convertirse en catalizadores de transformación real. Por su parte, el sector público tiene la obligación de articular políticas que simplifiquen la inversión en propiedad privada, garanticen certeza jurídica sobre la tierra, y diseñen esquemas de coinversión para migrantes. Así, no solo se protege el capital: también se crea patrimonio, se profesionaliza el negocio familiar y se dinamiza la economía local. Fomentar la adquisición, legalización y desarrollo de propiedad privada es, en este contexto, una estrategia de arraigo y prosperidad.
Al final, las remesas son mucho más que cifras en un reporte del Banco de México. Son actos de amor que cruzan fronteras, sostienen vidas y tejen comunidad. Entenderlas desde el transnacionalismo es el primer paso para transformar su impacto de paliativo a palanca de cambio.
“Tu hogar no es donde naciste; el hogar es donde todos tus intentos de escapar cesan.”
— Naguib Mahfouz


