Un tibio vapor sube lentamente por la taza de té. Encima, apoyada con sumo cuidado, hay una galletita redonda artesanal que empieza a ceder. El caramelo de su interior comienza a ablandarse y un delicioso aroma a canela perfuma el aire. Por un instante, Sergio Galante, recuerda su infancia en Ámsterdam donde todas las tardes, cuando salía de la escuela, su madre Jacqueline lo esperaba con estas famosas galletas. “En toda casa holandesa hay un paquete”, asegura, Sergio, con una sonrisa que mezcla nostalgia. Este recuerdo, cotidiano y profundamente afectivo, es el corazón de su emprendimiento Stroopwafels NL, un pequeño local en San Isidro que convoca tanto a extranjeros como a argentinos curiosos por probar algo diferente.
Sergio, de 37 años, es oriundo de la ciudad de Hoofddorp, cercana al aeropuerto de Schiphol, en Ámsterdam. Es hijo de una madre neerlandesa y padre italiano. Por eso, en su hogar convivían las tradiciones locales con la buena pasta, quesos y panes. Como al jovencito siempre le apasionaron los viajes, cuando terminó la escuela secundaria, decidió estudiar Turismo. Así, en una de sus aventuras por el mundo, en el 2011 llegó a Buenos Aires. “Fue como parte de un intercambio universitario. Estuve ocho meses estudiando, aprendiendo español y conociendo rincones de Argentina”, recuerda. Tiempo después decidió regresar a su país para terminar con la carrera y ganar experiencia en el rubro. Durante un tiempo trabajó en el aeropuerto local y en diferentes agencias de turismo. Luego, en el 2014 juntó todos sus ahorros y se embarcó en una nueva aventura: un viaje extenso por América Latina. Sin imaginarlo, el amor tocaría su puerta en medio de la travesía: en Ecuador conoció a Deborah, una argentina que cautivó su corazón para siempre.
Los primeros años, la pareja mantuvo una relación a distancia. Hasta que en el 2018 sellaron su amor con un lindo casamiento y él, enseguida, apostó a mudarse definitivamente a Buenos Aires. Argentina también lo había conquistado. “Es un país bellísimo, no importa por dónde vayas, lo tiene todo”, dice, quien quedó conmovido con la calidez de su gente. “Los argentinos me tratan con mucho cariño. Siempre aparece la pregunta: ¿qué hacés acá?” y les empiezo a contar mi historia”, agrega.
Un año después, el sueño del emprendimiento propio comenzó a tomar forma. “Cuando vine a Buenos Aires traje en la valija una máquina especial para hacer stroopwafels. La idea era poder compartir con la gente un poco de mi cultura y también tener algo propio, por si me costaba insertarme laboralmente”, cuenta.



Al poco tiempo, comenzó a probar recetas en su hogar. Recorrió un largo camino de prueba y error hasta llegar a que quede bien crocante, sabrosa y 100% artesanales. “Fue un gran desafío. Hubo miles de intentos, cambios de harina, ajustes de cocción y sobre todo paciencia. A veces, la masa salía como un pan y no quedaba crocante. O el caramelo se pasaba y cambiaba su sabor”, dice. El año pasado, incluso, viajó a los Países Bajos para visitar fábricas y comparar los procesos. “Hoy podemos decir que tenemos un muy buen producto”, confirma orgulloso.




